La interseccionalidad en las luchas feministas

Por: Rebeca E. Madriz Franco

La desigualdad estructural entre hombres y mujeres constituye una de las formas de jerarquizar la sociedad, en función de reproducir una división social y sexual del trabajo basada en la dominación y explotación patriarcal sobre las mujeres. Sin embargo, en más de dos siglos de historia, las mujeres han develado, que así como la explotación de clase tiene una carga desigual en razón del sexo, otras formas de discriminación se acentúan cuando son vividas por las mujeres.

En nuestro caso, situarnos en América Latina, la región más desigual del mundo (CEPAL), nos obliga a poner en el centro del debate feminista la situación de opresión, exclusión y explotación que padecen las mujeres, en especial cuando esta condición se entrecruza con otras categorías como clase, etnia, raza, orientación sexual e identidad de género, nacionalidad, edad, religión, territorio, condición física, entre otras.

Para acercarnos un poco al fondo de lo que queremos, basta con citar a Kimberlé Williams Crenshaw1, para quien la interseccionalidad es un fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales. Esas múltiples categorías sociales, hacen entonces, que ser mujer, niña, joven, adulta mayor, pobre, migrante, campesina, no urbana, con alguna discapacidad, analfabeta, afrodescendiente, indígena, lesbiana, transexual, etc, interactúen en distintos niveles y escenarios sociales, reforzándose entre sí, y extendiendo la discriminación y las múltiples formas de explotación femenina.

Por su parte Carmen Valiña señala que “la interseccionalidad, en suma, pone de manifiesto cómo las diferentes categorías sociales generan opresiones y privilegios muy dispares al entrecruzarse entre ellas”, es decir, las distintas formas de discriminación convergen de forma tal que los privilegios se legitiman, y las resistencias, por lo  tanto, deben articularse y ser entendidas en su complejidad para poder transformarlas.

Por lo tanto, la conquista de algunos derechos para las mujeres no trastocan -por ejemplo- la discriminación de una mujer indígena mientras las bases colonialistas y racistas de la sociedad persistan. De allí el cuestionamiento que los feminismos del sur realizan a un conjunto de “conquistas” que para los feminismos hegemónicos, muchos enmarcados en el “área del privilegio”, han validado desde un enfoque universalizante que no toma en cuenta las realidades diversas que viven las mujeres de zonas periféricas del sur global en las que se sostienen los privilegios del norte global.

Por lo tanto para las mujeres, estas categorías que se entrecruzan van a constituir formas de opresión que al cruzarse, consolidan y fortalecen la explotación de las mujeres. Y es que no es lo mismo, ser una mujer universitaria, blanca, de clase media, que vive en Londres, a ser una mujer afrodescendiente,  migrante, latinoamericana, que vive en una zona periférica de Río de Janeiro o de Ciudad de México. Desde allí, es desde donde el feminismo latinoamericano ha venido construyendo formas propias que permiten profundizar en las desigualdades que el capitalismo colonial y patriarcal ha impuesto en nuestros territorios.

En este sentido, las mujeres en la pluralidad de identidades y posiciones que nos caracterizan, asumimos hoy roles de vanguardia en las luchas anti-sistémicas del continente, sin embargo, es menester articular esas luchas validando y reconociendo nuestras especificidades y  posicionamiento, desde la mirada propia de un feminismo cuya identidad colectiva estuvo, y está -en buena medida- impregnada de la influencia de un feminismo hegemónico que tiene un importante acumulado que aportar, pero que debe necesariamente, dar la palabra, y reconocer la validez de unas perspectivas no tradicionales en el feminismo, que se plantean desde un continente, cuya memoria colectiva ha sido sometida, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, a un epistemicidio.

Esa memoria que ha sido borrada, para ser recuperada debe tomar en cuenta la fuerza de las mujeres latinoamericanas, que tienen un lugar de vanguardia en los procesos de construcción histórica que nuestros pueblos libran por su emancipación, y que posiciona al movimiento feminista nuestroamericano cada día más, como la principal fuerza movilizadora de los feminismos en el mundo.

Sin embargo, es un desafío combatir de manera articulada la discriminación por el origen étnico, racial, la orientación sexual, por discapacidad física, clase, edad, religión, nacionalidad, y las múltiples formas en las que se expresa la discriminación; comprender que las mujeres no somos homogéneas y que si bien compartimos opresiones comunes en razón del sexo y el género; también vivimos opresiones específicas que no son neutrales.

Entonces para consolidar un movimiento capaz de hacer irreversible la revolución que hoy recorre el continente y el mundo: la revolución de las mujeres, se requiere de la inclusión de TODAS las mujeres, en su más amplia diversidad, sin delegar su representación en razón de las especificidades que tenemos, y comprendiendo también que la vocería femenina -a pesar de lo avanzado- sigue descansando en un liderazgo con características que en su mayoría encuadran en los privilegios de la normatividad que sostiene la dominación.

Sin duda, comprender las formas en las que se encubren los diversos sistemas de opresión, develar sus efectos devastadores, denunciarlos, y transformarlos hacen de la interseccionalidad una herramienta para visibilizar y reconocer los aportes de las mujeres nuestroamericanas y validar su potencial transformador en favor de la emancipación de nuestros pueblos, que pasa necesariamente en primer lugar, por la liberación de las mujeres y la despatriarcalización de nuestras sociedades.

 

1 Valiña Carmen V. Interseccionalidad: Definición Y Orígenes. Disponible en: www.carmenvvalina.es