El despertar

Por Lorena Giménez

Mi relación con el feminismo irrumpió de repente y sin pedir permisos o disculpas, rebelde, irreverente, así, como amor del bueno. Y es que no podía ser de otra manera.

Criada bajo preceptos igualitarios y de justicia, como hasta mediados de mis veintes creí, que era igual en condición y acceso.

Hasta que, momentos de entendimiento o “aja moments” (como le dice Miastral) comencé a notar las diferencias, algunas sutiles, otras no tanto, que la sociedad nos impone a ambos sexos.

Preguntas como, ¿qué mujeres han marcado la historia de tu país, de la región o el mundo? No podía responderlas con la misma facilidad o velocidad con lo que venían los llamados “héroes de la patria”. Y darme cuenta, con la misma velocidad, que tendrían que existir, necesariamente, mujeres que hayan marcado nuestra historia. Me decía, ¡por Dios(@)! somos la mitad de la población, ¡¿cómo es que puedo recordar unos pocos nombres?!, como Manuelita Sáenz y bajo el solapamiento de “amante” de uno de esos hombres que “si marco la historia”. De verdad, momento embarazoso.

O estar en medio de una negociación importante y que mis argumentos sólo tuvieran validez si eran repetidos, apoyados o validados por un hombre. Mi debate interno derivó en – no entiendo lo que me está pasando, ¿qué es esto? A – es que acaso no estamos discutiendo ideas y las ideas son, eso, ideas y por ende no tienen sexo- para concluir irónicamente con -disculpen, no sabía que había una diferencia entre ser XX y XY para la elocuencia- . Que frustración

O por peor aún, cuando me encontré, desafortunadamente, descalificando a una compañera por la forma en que elegía su vestuario, vivía su vida o la forma que expresaba su sexualidad. Una vergüenza.

Por mencionar algunos.

De allí, mucho tiempo después, entendí, comprehendí, lo que Simone de Beauvoir, explicó tan elocuentemente, y fue la diferenciación que la sociedad hace entre el hombre, como sujeto histórico, y por ende protagonista; y la mujer, como objeto, decorativo, que acompaña al sujeto, es decir, al hombre.

E invariablemente en los ejemplos antes expuestos se apela a esa lamentable premisa como marco, bien sea, la mujer como objeto en la historia, por ende, invisibilizada. Porque vamos a estar claros, ¿quién recuerda los muebles que decoraron la casa de Simon Bolívar? Yo, mujer, como objeto solamente visibilizada por un sujeto, sin importar la calidad de mis ideas, de mis argumentos o yo, que vergonzosamente y vía mis argumentos, convertí en objeto a otra compañera porque elegía vivir su vida fuera de los parámetros “socialmente aceptados”.

Y allí vino el segundo momento, ese “aja moment”, y fue cuando entendí un concepto que repetía sin mucho convencimiento, enrevesado y muy lejano, el patriarcado.

Y es que, no hay un edificio, un Ministerio o logia, donde se reúnan un grupo de hombres malvados para mantener y defender el patriarcado. No. Es que el patriarcado, como super estructura, está en todos y todas, y que incuestionablemente me incluye, y que si quiero vivir relaciones igualitarias, equilibradas, armónicas, conmigo y con mi entorno, tendría que observarme muy detenidamente.

Yo, mujer, en esta sociedad, como estoy viviendo mi vida ¿desde la visión del objeto o del sujeto?

Esa pregunta fundamental cambio radicalmente el cristal con el que miro el mundo. Esa pregunta son mis lentes violetas.

Y eso, es lo que ha sido el feminismo para mí. Mi primera relación de conciencia.

Por eso, inspirada en el Test de Bechdel , me propuse un reto diario – identificar en mí y en mi entorno, al menos un momento machista, clasista y/o racista – porque lamentablemente lo vivimos, expresamos o estamos expuestos a diario.

Ese reto es lo que espero transmitir en esta columna/articulo, que me permita exponer de forma práctica, con franqueza, las dificultades, bellezas de ser una feminista, en constante formación y observación, que vive en esta sociedad patriarcal y que busca con alegría construir una sociedad justa, libre, igualitaria, paritaria, sororal, pacífica, solidaria.

Con esto, no espero convencer a nadie porque soy fiel creyente de lo que convincentemente Saramago expusiera “He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”. Espero si, que nos permita pensarnos hermosas y libres.

Hasta un próximo momento,

Abrazos sororales